En Jambaló, Cauca, la guerra no es más que la cotidianidad. Hay jóvenes como William Ferney Pazú que quieren torcer la historia. Por eso, a sus 23 años, ya había hecho varias cosas para lograrlo. Creía que la música tenía la pócima necesaria para lograr el milagro de callar los fusiles. Se unió, antes de cumplir 20 años, al colectivo Álvaro Ulcué Chocué del territorio ancestral donde nació. En la vereda donde vivía, Vitoyó, creó una escuela para formar músicos, que bautizó como “Nueva semilla”. Le gustaba la flauta y el tambor. A sus días siempre le faltaron horas por la cantidad de trabajo que se subía a sus jóvenes hombros. En la Institución Educativa Marden Arnolfo Betancur donde estudió, fundó un grupo musical llamado Los Tiraflechas. Era un grupo donde estaba su padre, Rogelio Pazú. La carranga les encantaba y claro que soñaban con llenar estadios, pero lo de ellos era más un proyecto de formación como el que tenían con otro grupo, el Bac Ukwe Kiwe. Lo adoraban. Pero la guerra, como suele pasar en Jambaló, se atravesó.
Jambaló es un territorio ancestral ubicado a 80 kilómetros de Popayán. Es un resguardo indígena en donde el 97,7% de sus habitantes pertenecen a las etnias nasa y misak. Desde 1702 es considerado resguardo indígena. Desde 1537, cuando llegaron los primeros conquistadores, se han enfrentado al hombre blanco, al invasor, con todas sus fuerzas, con toda su dignidad. Allí, en 1910, el líder indígena Manuel Quintín Lame se presentó ante la historia empezando otro de los largos ciclos de guerra.
Han pasado las décadas, los siglos, y la guerra sigue enquistada allí. En ese lugar ancestral está activo el frente Dagoberto Ramos. La influencia de esta disidencia de las FARC alcanza a afectar municipios vecinos a Jambaló como Toribío, Caloto, Corinto y Miranda.
Hubo unas alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo que prendían las alarmas sobre la seguridad de William Ferney, pero nada pudo evitar su asesinato. A comienzos de julio, su cuerpo fue encontrado, con señales de violencia, en la vereda La Mina. Lo más doloroso es que lo mataron después de que trabajara junto a los niños a los que le enseñaba a tocar la flauta. Los hechos ocurrieron en la noche del 30 de junio, pero el cuerpo apareció solo días después. Con él han sido 21 los líderes asesinados en el Cauca y 85 en todo el país.
Su legado es recordado de esta manera en Jambaló: “Él era un maestro de la memoria sonora. William no solo enseñaba música, sembraba identidad. Con cada nota, ayudaba a resistir el olvido, a sanar las heridas del territorio, a fortalecer el alma colectiva. Su arte era raíz, vuelo y palabra viva”.
Con él se apagó una luz que iluminaba uno de los territorios más agobiados por la guerra en el Cauca, uno de los lugares donde los demonios de la guerra aún no han podido ser exorcizados.